Guillem González, Liberoamérica, 18/3/19

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¿Qué tal si interpretamos en clave feminista una novela de Javier Marías? El escritor madrileño es la bestia negra del feminismo español: en diversas ocasiones ha sido tildado de machista, machirulo, mansplainer, señoro y otras lindezas por algunas de sus polémicas columnas, que a menudo parecen ideadas para incendiar las redes. Y aunque Marías se autodenomina «feminista de siempre», las feministas lo consideran más bien un machista de tomo y lomo. Pero precisamente por eso merece la pena hacer una lectura feminista de uno de sus libros, porque, adaptando a Plinio el Viejo («No hay libro tan malo que no tenga algo bueno»), hasta en el libro más machista se puede encontrar alguna idea feminista, quizás sin que el mismo autor lo sepa.

El libro que haremos pasar por el tamiz feminista es Corazón tan blanco, la novela de 1992 que lanzó a la fama internacional al escritor madrileño y que es considerada una de sus mejores obras; tanto es así que cualquier amante de la literatura española contemporánea reconocerá su célebre arranque endecasílabo: «No he querido saber, pero he sabido», etcétera, etcétera. Estas palabras las pronuncia Juan Ranz, el narrador, y lo que no quiere saber pero finalmente sí sabe es una oscura historia en parte protagonizada por su padre, que había estado casado con la hermana de la que luego sería su madre. Este primer matrimonio, que terminó con el suicidio de la esposa, es un tabú familiar, pero Juan Ranz intuye que su padre tuvo algo que ver y por eso prefiere no saber nada, pues a nadie le gusta descubrir los crímenes o injusticias cometidas por el padre. Sin embargo, por diversas razones, y sobre todo gracias a la ayuda de su propia esposa, Juan Ranz acaba indagando en su pasado telenovelesco. Corazón tan blanco es esta investigación familiar a contrapelo.

Debido al sunami feminista que ha revolucionado el panorama político de España y Latinoamérica en los últimos años, muchos hombres estamos haciendo lo mismo que el Juan Ranz de Corazón tan blanco: indagamos en nuestros pasados, revisamos las historias familiares, nos cuestionamos nuestros comportamientos y analizamos las conductas de amigos y parientes. No es un proceso agradable, ya que descubrimos actitudes y acciones maleducadas, incorrectas, sexistas o abusivas en nosotros mismos o en los hombres que nos rodean, pero es un proceso necesario si queremos construir una sociedad más justa. Puede que, como Juan Ranz, no quisiéramos saber que nuestro padre, amigo, tío, hijo o hermano…, pero hemos acabado sabiéndolo, muchas veces con la ayuda o el empuje de alguna mujer de nuestro entorno, igual que la esposa de Juan Ranz.

Y la lectura feminista de Corazón tan blanco todavía nos da un segundo fruto: la investigación del pasado familiar no solo revela el comportamiento dañino de un hombre sino también el brutal silenciamiento de una mujer. Quiero decir que Juan Ranz descubre el pasado de la mujer que estuvo casada con su padre y se suicidó en oscuras circunstancias; descubre que su historia había sido borrada de la historia oficial porque revelaba el siniestro papel jugado por el padre; descubre quiénes escriben la historia. En el ámbito de la literatura, la crítica feminista viene haciendo lo mismo desde hace mucho tiempo: desentierra nombres femeninos ocultados por motivos extraliterarios, reconoce a escritoras expulsadas injustamente del canon y reivindica a autoras que, en fin, merecen ser leídas. La indagación de Juan Ranz es la investigación de las críticas feministas, pues estas también buscan dar voz a la mujer silenciada.

Luisa Carnés, escritora silenciada

La autora española Luisa Carnés es una de estas mujeres injustamente olvidadas. De hecho, la semana pasada se cumplieron 55 años de su trágica muerte, el 12 de marzo de 1964 en Ciudad de México, en un accidente de coche. Apenas fue recordada: no se escribieron efemérides sobre ella, no se recomendaron libros suyos, no protagonizó conversaciones de bar o de red social y los medios de comunicación ni la mencionaron. Como si no hubiera existido.

Sin embargo, Luisa Carnés nació en Madrid el 3 de enero de 1905, por lo que fue contemporánea de la por todos conocida Generación del 27; pero Carnés no es conocida ni suele aparecer en las antologías ni en los manuales sobre este grupo literario, quizás por ser mujer, ni siquiera sale en el libro y documental Las Sinsombrero (2016) de Tània Balló, que recuerda a muchas escritoras olvidadas de la Generación del 27, quizás por venir de una familia obrera. Sufrió la Guerra Civil como republicana y escribió mucho sobre el conflicto; pero en el monumental ensayo de Andrés Trapiello sobre el mundillo literario español durante la Guerra Civil, Las armas y las letras (1994), Carnés solo es mencionada en una breve nota al final, quizás porque era escritora de la denostada novela social, y de ella apenas se dice una frase: «tenía ya abundante obra antes de la guerra, llevó una vida complicada y laberíntica y publicó una novela sobre el maquis en España, Juan Caballero (México, Atlante, 1956)». Es verdad que su vida fue «complicada y laberíntica», entre otras razones porque tuvo que exiliarse en México; pero su nombre tampoco aparece en los libros dedicados al exilio republicano: por ejemplo, la completa crónica de Teresa Pàmies Los que se fueron (1976) no la recuerda, quizás porque entonces ya nadie la recordaba.

Son muchas las técnicas que se vienen utilizando sistemáticamente para borrar a las mujeres del canon literario: la mera prohibición de leer o escribir, la denegación de la autoría, el aislamiento de una obra de la tradición a la que pertenece y otro métodos, más o menos explícitos, estudiados por Joanna Russ en Cómo acabar con la escritura de las mujeres (1983). Esta crítica estadounidense también concluye que la «técnica de borrado» más común y la más difícil de combatir consiste simplemente en ignorar los trabajos y la tradición de las escritoras: si la prensa, los académicos, los críticos, los escritores y los demás altavoces del campo literario no te hacen ni caso, tu obra no llegará a los lectores y será pronto olvidada. De este modo, Luisa Carnés acabó borrada de la historia de la literatura española.

Afortunadamente, la escritora ha tenido muchos Juanes y Juanas Ranz, es decir, críticos y críticas literarias que, antes de que fuera demasiado tarde, han reconstruido su historia borrada. Por ejemplo, Antonio Plaza Plaza, que ha estudiado la figura y la producción de Carnés, recientemente ha editado parte de su obra en la Editorial Renacimiento y en Hoja de Lata y, además, le escribió una entrada en el extenso Diccionario biobibliográfico del exilio republicano de 1939 (2017). O Iliana Olmedo Muñoz, autora del ensayo Itinerarios del exilio. La obra narrativa de Luisa Carnés (2014). O Jairo García Jaramillo, que incluye a la autora madrileña en Memoria contra el olvido: las escritoras de la Generación del 27 (2017), investigación premiada con el XIII Premio de Ensayo ‘Miguel de Unamuno’.

Durante muchos años, sus libros fueron ignorados por razones diversas: por mujer, por obrera, por feminista, por republicana, por comunista… Pero ahora merecen ser leídos por su calidad literaria. Sé tú también un Juan o una Juana Ranz, lee a Luisa Carnés.

‘Trece cuentos’ de Carnés

Si uno quiere hacerse una idea general de la obra de Luisa Carnés, probablemente la mejor forma de empezar a leerla sean sus Trece cuentos (1961-1963), publicados por Hoja de Lata en 2017. Se trata de una selección de sus relatos subdividida en cuatro bloques: los cuentos republicanos, los cuentos de la guerra y la posguerra, los mexicanos y los internacionales. Estas cuatro categorías responden a criterios biográficos, porque Carnés vivió la República y la Guerra Civil en España y el exilio y la Guerra Fría en México, pero también temáticos, pues están ambientados en esos lugares y periodos históricos.

Trece cuentos, publicados por Hoja de Lata

Como en la mayoría de libros de cuentos, en el de Carnés hay altibajos. De hecho, empieza muy bajo: los tres primeros relatos republicanos son bastante flojos, como si la autora todavía estuviera buscando una voz y una temática adecuadas. Pero, por suerte, el cuarto repunta. Este relato, que no tiene título, narra cómo unos jornaleros negocian con el capataz de un cortijo el precio por recoger las aceitunas de sus olivos, ya muy maduros: aunque los aceituneros habían acordado todos juntos una paga, la negativa del capataz y la necesidad de alimentar a la familia siembran el disentimiento en el grupo. Como este, los mejores relatos de Carnés son los de temática social, ya estén ambientados en la España de los años 30 o en el México de la Guerra Fría. Sus protagonistas son trabajadores explotados, presas políticas o exiliadas republicanas, cuyos dilemas y problemas están revestidos de la dignidad de una tragedia griega. ¿Qué hacemos: recogemos las aceitunas por menos dinero, para poder comprarles comida a nuestros hijos, o nos revelamos contra el jefe, arriesgándonos a perderlo todo? La disyuntiva de los jornaleros sigue siendo la misma hoy en día.

La lectura de los «relatos mexicanos» complace por el buen conocimiento del español de México de Carnés: dice cuate por amigo, lana en vez de dinero, mesera y no camarera o pendejada en lugar de tontería. Además, sorprende que la temática se adecúe tan bien a la nueva realidad; por ejemplo, en «La mulata» se describen los abusos sistemáticos que sufre la protagonista por parte de los hombres que la rodean. También tiene buenos «relatos internacionales», como «El señor y la señora Smith», ambientado en los EE. UU. y protagonizado por una pareja que vive en un estado racista, donde están prohibidos los matrimonios como el suyo: ella es blanca, él negro. Por desgracia, estos «relatos extranjeros», tanto los mexicanos como los internacionales, a veces caen en la obviedad o en el didacticismo, pues le explican demasiado al lector, temiendo que quizás no conozca tan bien la realidad presentada.

Uno de los mejores Trece cuentos, y sin duda el más emotivo, se titula «En casa» y está ambientado en la posguerra española. El punto de partida recuerda a Berlin Alexanderplatz de Alfred Döblin: la protagonista es una presa política que acaba de salir de la cárcel y, de repente, se encuentra desamparada en un sórdido Madrid que le es hostil. Por eso lo primero que hace es volver a visitar la casa donde vivía antes de que estallara la Guerra Civil; al principio siente emoción y la embargan los recuerdos de los buenos tiempos, pero en seguida sufre la desilusión de descubrir que está habitada por otra mujer, que tiene su propia familia, mientras que ella está sola y la dictadura franquista la considera poco menos que una apestada. Carnés, que nunca regresó a España desde que se exilió, no pudo ni siquiera experimentar el desasosiego de volver a su antiguo hogar y verlo ocupado por otros. Solo a través de la ficción lograría recrear la terrible experiencia de sentirse expulsada de su propia casa y extranjera en su propio país.

‘Tea Rooms’, la novela de la crisis

Luisa Carnés tuvo que dejar la escuela a los 11 años para trabajar y contribuir al sustento de su familia, porque era la mayor de seis hermanos. Así fue como entró de aprendiza en un taller de sombrerería; ironías de la historia, porque ella nunca formó parte de las escritoras del 27 conocidas precisamente como Las Sinsombrero, de clase media-alta. También trabajó como dependienta en una pastelería y más adelante hizo de mecanógrafa y telefonista en la CIAP o Compañía Iberoamericana de Publicaciones, una importante editorial española que publicó a los grandes de su época —Gómez de la Serna, Antonio Machado, Rubén Darío…— pero terminó quebrando a causa del Crac del 29; en 1931 Carnés, como otros trabajadores de la empresa, se quedó de patitas en la calle. Es probable que estas experiencias laborales le sirvieran para escribir la que se considera su mejor novela, Tea Rooms. Mujeres obreras (1934).

Tea Rooms, publicado por Hoja de Lata

Está ambientada en el Madrid de la Gran Depresión, la crisis económica que durante los años treinta del siglo XX se expandió viralmente de EE. UU. al resto del mundo. En concreto, Tea Rooms describe el ambiente de un salón de té madrileño desde que llega la protagonista, Matilde, una nueva trabajadora que, a diferencia de sus compañeras, es muy crítica con los abusos laborales y machistas. Matilde y las demás trabajan mucho por muy poco, pero cada una tiene circunstancias vitales y económicas diferentes: está la veterana buenaza, la más joven y pobre, la beata miedosa, la enchufada del jefe y la que busca un hombre para salir de la miseria.

Tea Rooms es una novela casi sin argumento, entre el costumbrismo social y el relato documental. A veces encontramos pasajes un tanto panfletarios, donde trasluce de una manera demasiado evidente la ideología de Carnés, pero en general el estilo es más bien periodístico: la forma cede el protagonismo a las historias narradas. Es decir, las experiencias de Matilde y las otras mujeres obreras, o sea, sus problemas de género y de clase: abusos de los jefes, sueldos bajos, acoso patronal para evitar la huelga, embarazos no deseados, despidos injustos, la perversión de la pobreza y el peligro de abortar clandestinamente. De fondo, aflora la convulsa España de los años treinta, tan parecida a la nuestra: los conflictos laborales, la depresión económica y el auge del fascismo. Si las crisis son cíclicas, también lo es la novela de la crisis.

La Carnés cronista del éxodo: ‘De Barcelona a la Bretaña francesa’

A lo largo de su vida Carnés también ejerció de periodista en diversos diarios y semanarios, como Mundo Obrero, Estampa y Ahora, en los que publicó noticias, reportajes y entrevistas. Al estallar la Guerra Civil se encontraba en Madrid, desde donde fue narrando episodios de la contienda con una clara conciencia antifascista, pero cuando el gobierno republicano se trasladó a Valencia y luego a Barcelona, lo siguió. En De Barcelona a la Bretaña francesa (memorias), publicado por primera vez en 2017 por la Editorial Renacimiento, Carnés relata su huida desde la Barcelona bombardeada por Hitler y Mussolini hasta un refugio para exiliados en Francia, pasando por Girona y Figueres, ciudad tan destruida que fue conocida como «la Gernika catalana».

De Barcelona a la Bretaña francesa, publicado por la Editorial Renacimiento

Pero De Barcelona a la Bretaña francesa (memorias) no son tanto unas memorias, a pesar de lo que dice el título, como una crónica del éxodo, porque Carnés no es el centro de atención sino sobre todo una observadora, aunque para nada imparcial, pues ideológicamente no puede serlo: está del lado de la República y no lo esconde, lo que está relatando es para ella una «segunda guerra de independencia». Así, llenan sus páginas perfiles de héroes y heroínas de guerra republicanos, esperanzados relatos de batallas y derrotas, informes de la destrucción causada por los bombarderos nazis y fascistas, fragmentos de la evacuación de heridos, ancianos y mujeres con niños, momentos de desesperación e intimidad entre los que huyen de Barcelona hacia el norte, la expresión de la rabia y la frustración provocadas por el mal trato del gobierno francés, etc. En la crónica de la apresurada escapada, también hay algún momento de descanso, como la epifánica imagen de unos refugiados en un convento en ruinas de Figueres, a la luz de la luna y a la sombra de los cazas enemigos, que están calentándose en la noche de enero alrededor de unos fogones improvisados, en los que unas abnegadas mujeres guisan para todos.

En De Barcelona a la Bretaña francesa, Carnés pone a menudo el punto de mira en las mujeres, pero no siempre: presenta héroes republicanos y derrotados de la guerra, sean del sexo que sean, pues el sufrimiento y la dignidad son universales. Sin embargo, si leemos con la atención de un Juan Ranz otras obras similares escritas por hombres, por ejemplo A sangre y fuego (1937), las espectaculares crónicas de la Guerra Civil de Manuel Chaves Nogales, sorprende que los protagonistas de los relatos sean casi siempre hombres, mientras que las mujeres quedan relegadas a papeles secundarios de parejas, madres, monjas o prostitutas y no hay ni una heroína. Parece que el concepto de universalidad no es universal para los escritores y para las escritoras.

En Mujeres y poder (2017), Mary Beard dice que antiguamente las mujeres solo podían hablar en público en dos situaciones: cuando su vida corría peligro o para hablar de «asuntos de mujeres». También dice que por desgracia en la actualidad no han cambiado demasiado las cosas, pues todavía muchos quieren que las mujeres solo hablen de «cosas de mujeres». Y cuando ellas escriben, que es una forma de hablar en público, se produce una curiosa paradoja: si las mujeres escriben sobre supuestos temas de mujeres, los hombres no quieren leerlas por ser muy particulares, mientras que si escriben sobre supuestos temas universales, los hombres suelen acusarlas de no conocerlos bien. En conclusión, no las leen nunca, es decir, las ignoran, las borran.

En el caso de Luisa Carnés, no hay excusa: sus obras son universales desde una perspectiva feminista, incumben a todos los lectores, sean hombres o mujeres. Leámosla y recordémosla, que la investigación de los Juanes Ranz no haya sido en vano y que puedan seguir editando las muchas obras aún silenciadas de Carnés.

[Imágenes utilizadas con el permiso de las respectivas editoriales, Renacimiento y Hoja de Lata.]

 

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